20 de gener 2024

La indústria de la felicitat

HappycraciaCómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas

Eva Illouz ens explica al seu llibre Happycracia com la ciència i la indústria de la felicitat controlen les nostres vides. Carrega fort contra la psicologia positiva:

En cuestión de muy pocos años, la psicología positiva había conseguido lo que ningún otro movimiento académico había logrado antes: introducir la felicidad en lo más alto de la agenda académica e inscribirla como prioridad en las agendas sociales, políticas y económicas de muchos países. Gracias a este movimiento, la felicidad podía ya dejar de considerarse un concepto nebuloso, un horizonte utópico o un lujo personal inaccesible para muchos para convertirse en una meta universal, en un concepto que se podía medir y que permitía definir los rasgos psicológicos que caracterizaban el funcionamiento sano, exitoso y óptimo del ser humano.

Missatges clau: 

 La pregunta que se plantea es si la felicidad es la meta más importante a la que todos debemos aspirar. Tal vez sea así. Pero si atendemos a lo que los científicos de la felicidad proponen a este respecto, entonces convendría pensarlo dos veces. Este no es un libro contra la felicidad, sino contra la visión reduccionista de la «buena vida» que la denominada ciencia de la felicidad predica y que cada vez está más extendida. Ayudar a la gente a sentirse mejor es una intención encomiable, ni qué decir tiene. Pero a la luz de lo que esta ciencia propone, no queda más remedio que afirmar que en su aproximación a la felicidad humana[6] no es oro todo lo que reluce.

Nuestras reservas hacia esta concepción de la felicidad se basan en cuatro puntos o preocupaciones principales: epistemológicos, sociológicos, fenomenológicos y morales. El primero de ellos es de carácter epistemológico en tanto que cuestiona la validez de la ciencia de la felicidad como ciencia y, por extensión, cuestiona la validez de su concepción de la felicidad como algo científico y objetivo. La ciencia de la felicidad es una ciencia débil y, como tal, también lo es el razonamiento que hay detrás de la noción de felicidad humana que defiende. El filósofo pragmatista Charles Peirce dijo una vez que una teoría, en tanto cadena de razonamiento, es tan fuerte como lo es el más débil de sus eslabones, y en la ciencia de la felicidad hay numerosos presupuestos infundados, inconsistencias conceptuales, problemas metodológicos, resultados no probados y generalizaciones exageradas, de modo que es difícil aceptar de forma acrítica todo lo que dicha ciencia afirma como verdadero y objetivo.

El segundo es de tipo sociológico. Independientemente de lo buena o mala que sea como ciencia la propia ciencia de la felicidad, cabe preguntarse qué agentes sociales encuentran útil su noción de felicidad, a qué intereses y presupuestos ideológicos sirve, y cuáles son las consecuencias económicas y políticas de su amplia implementación social. En este sentido, vale la pena observar que tanto el enfoque científico de la felicidad como la industria de la felicidad que se ha creado y expandido a su alrededor contribuyen de forma significativa a legitimar la suposición de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son fruto de nuestros propios actos. Lo cual legitima también la idea de que no hay problemas estructurales, sino solo deficiencias psicológicas individuales; en definitiva, que no existe la sociedad sino solo los individuos, por citar una frase de Margaret Thatcher inspirada en Friedrich Hayek. La noción de felicidad tal y como hoy la formulan y aplican socialmente algunos científicos y expertos está demasiado a menudo al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal. Dicha revolución, que fue concebida por la escuela de Chicago y retomada a partir de la década de 1950 por numerosos economistas neoliberales, logró convencer al mundo de que la búsqueda de la felicidad individual era el único sustituto valioso y realista de la búsqueda del bien colectivo, como la propia Thatcher declaró en una entrevista para el Sunday Times en 1981: «Lo que me ha irritado de la política de los últimos treinta años es que siempre ha estado orientada hacia un modelo de sociedad colectivista. La gente se ha olvidado de que lo único importante son los individuos. […] Cambiar la economía es la forma de cambiar ese enfoque. […] La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma[7]». En este sentido, afirmamos que la búsqueda de la felicidad tal y como la conciben los científicos de la felicidad no representa el bien incuestionable y supremo que todos debemos perseguir, sino que simboliza el triunfo de la sociedad individualista sobre la colectivista.

El tercero es de carácter fenomenológico. Tiene que ver con el hecho de que demasiado a menudo la ciencia de la felicidad no solo no da lo que promete, sino que además genera resultados paradójicos e incluso indeseables. Y es que la ciencia de la felicidad construye sus propuestas de bienestar y realización personal sobre una paradójica narrativa de crecimiento personal que tiende a generar esa misma insatisfacción y malestar para las cuales promete remedio. Al establecer la felicidad como un objetivo imperativo y universal pero cambiante, difuso y sin un fin claro, la felicidad se convierte en una meta insaciable e incierta que genera una nueva variedad de «buscadores de la felicidad» y de «hipocondríacos emocionales» constantemente preocupados por cómo ser más felices, continuamente pendientes de sí mismos, ansiosos por corregir sus deficiencias psicológicas, por gestionar sus sentimientos y por encontrar la mejor forma de florecer o crecer personalmente. Eso, a su vez, convierte la felicidad en una mercancía perfecta para un mercado que se nutre de normalizar esta obsesión con uno mismo y con el propio bienestar psicológico.

Por último, el cuarto es de tipo moral y atañe a la relación entre la felicidad y el sufrimiento. Al identificar la felicidad y la positividad con la productividad, la funcionalidad, la excelencia y hasta la normalidad —⁠y la infelicidad con su contrario⁠—, la ciencia de la felicidad nos coloca en una encrucijada, obligándonos a elegir entre sufrir y estar bien. Lo cual supone, además, que uno siempre puede elegir, como si la positividad y la negatividad fueran dos polos diametralmente opuestos y se pudiera borrar el sufrimiento de nuestras vidas de una vez por todas. Las tragedias son, por supuesto, inevitables, pero la ciencia de la felicidad insiste en que el sufrimiento y la satisfacción son, al fin y al cabo, opciones personales. Así, los que no utilizan las adversidades y los reveses como incentivos y oportunidades para el crecimiento personal son sospechosos de querer y merecer, en el fondo, su propio malestar, independientemente de cuáles sean las circunstancias particulares. Por lo tanto, al final no hay mucho que elegir: no solo estamos obligados a ser felices, sino a sentirnos culpables por no ser capaces de superar el sufrimiento y de sobreponernos a las dificultades.

i acaba amb aquest paràgraf:

 Esa industria de la felicidad no solo perturba y confunde nuestra capacidad para conocer las condiciones que moldean nuestra existencia; también anula y deslegitima esa capacidad, la vuelve irrelevante. El conocimiento y la justicia, antes que la felicidad, siguen siendo los valores más revolucionarios que tenemos en nuestras vidas.

 

El contingut del llibre va sobre això. Podeu estar-hi més o menys d'acord. Podeu confrontar-ho amb els plantejaments de Layard que critica obertament. Però el que està clar és que la felicitat ha creat una indústria, que també subministra als governs presumptes precursors per encebar cors i ànimes cap a la felicitat (desconec si alhora permet decantar vots cap un partit).